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      Los cinco sentidos de viajar

      En lugares que dejaron huella, volver con la imaginación a tocar, escuchar, oler, ver y saborear aquello que fue reparador para el cuerpo, la mente y el espíritu.

      Los cinco sentidos de viajarIsla de San Andrés, Colombia (Getty Images).
      03/09/2017 14:40

      Hoy quisiera tocar el mar de San Andrés. Boca abajo, la espalda al sol, los brazos estirados hacia adelante: tomo impulso con las palmas de las manos hacia afuera. Me imagino con snorkel y patas de rana.

      Bajo el agua de San Andrés, en el Caribe colombiano (Getty Images).Bajo el agua de San Andrés, en el Caribe colombiano (Getty Images).

      En el fondo borroso hay arrecifes coralinos donde se refugian anguilas y cangrejos, algas que se arquean como torsos de bailarinas clásicas, restos de un naufragio de cuatro siglos. Floto en el mar de los siete colores de la isla colombiana: una tortuga esquiva el ancla inclinada y una mantarraya pasa por abajo del cañón enmohecido. Los erizos parecen inofensivos y las estrellas de mar titilan en un silencio envolvente. Azules o anaranjados, a rayas negras y amarillas o plateados, los peces son flechas sin blanco. Soy liviana.

      Isla de Hidra, Grecia (Wikimedia Commons).Isla de Hidra, Grecia (Wikimedia Commons).

      Hoy me gustaría escuchar pueblos griegos de piedra. Estoy en la isla de Hidra, paseo entre los bares de su puerto con forma de medialuna, subo escaleras angostas hasta la cima baja. Cuento las olas azules del mar Egeo, respiro profundo, oigo los pasos de un burro que lleva montura. Tengo paz.

      Cataratas del Iguazú, Misiones.Cataratas del Iguazú, Misiones.

      Hoy iría a la selva para oler su humedad vegetal y su misterio. Qué más da si el aroma de la adrenalina lo potencian las furiosas Cataratas del Iguazú o las orquídeas y mariposas fantasmagóricas: lo importante es que hay grillos y chicharras, los monos se van por las ramas y las alimañas están camufladas. El olor me lleva al Caribe de Costa Rica, donde la ley selvática rige con similar intensidad. Me veo en el Parque Nacional Tortuguero, rodeada por caimanes y víboras, perezosos y ranas venenosas que acechan desde sus escondites. Desarrollo reflejos.

      Entrada al templo faraónico de Karnak, Egipto (EFE/Marina Villén).Entrada al templo faraónico de Karnak, Egipto (EFE/Marina Villén).

      Hoy volvería a contemplar templos egipcios. Levantar los ojos hasta el techo en Abu Simbel, no poder abarcar con la mirada las columnas de Karnak ni las estatuas de Ramsés II en Lúxor, observar la inmovilidad de la Esfinge junto a las pirámides de Giza. Todo está teñido de arena. Voy con mis recuerdos a la biblioteca de Alejandría; huyo del tráfico de El Cairo; vuelvo a las curvas del Nilo y al calor infernal del Valle de los Reyes. Todas las obras milenarias de Egipto esperan la muerte, en las antípodas del miedo. Busco claridad.

      Limoncello de Capri (DP).Limoncello de Capri (DP).

      Hoy tomaría una limonada en Capri. Hay sol y flores en los Jardines de Augusto, en la la Costa Amalfitana de Italia. Me quedo una mañana mirando los Farallones: aquellas tres rocas, de unos cien metros de alto, emergen de las aguas azules del Tirreno y fueron esculpidas por la constancia de la naturaleza. El vaso del jugo de limón exprimido -apenas azucarado- me moja la mano y la sed me pide que compre otra limonata (limonada) o que me tiente con un gelato (helado) de frutilla y stracciatella (granizado). Que almuerce unos “spaghetti alla carbonara” y que pruebe el limoncello. Encuentro plenitud.


      Sobre la firma

      Diana Pazos

      dpazos@clarin.com