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      Todos los verdes bajo el sol de abril

      El Hotel & Spa San Ceferino, en Open Door, ofrece una excelente combinación de naturaleza y servicios de primer nivel.

      Todos los verdes bajo el sol de abrilCLAIMA20150419_0012 Todos los verdes bajo el sol de abril
      Redacción Clarín
      20/04/2015 04:00

      Podría ser una fecha especial, un cumpleaños, un aniversario... pero también podría ser el simple deseo de caminar sobre el pasto verde mullido (hundir los pies descalzos) y ver las copas de los árboles con ojos achinados por el sol. También, una laguna encantadora, una isla en ella, patos, gansos y, lo mejor, las flores. Un poco más allá, más verde. Y del otro lado, quizás a varias cuadras, bastante silencio, aunque de a ratos irrumpan los pájaros: a la mañana se disfrutan tanto si sabe uno identificarlos por su canto como si se profesa la más honda ignorancia al respecto. De los chicos en bici se sabe por los ecos de gritos alegres. No tienen horario.

      Este entorno que parece ideal podría ser sólo eso: un hotel 5 estrellas ubicado en el campo, como otros de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, en Open Door. Pero también podría contar con unas habitaciones preciosas que parezcan comunes desde afuera y que, por dentro, sorprendan en belleza, confort, detalles, diseño, dimensiones. Y si fueran así como las imaginamos, las mejores tendrían sesenta metros cuadrados.

      Como en el recursivo cuento de la buena pipa, esta propuesta de alojamiento podría ser, otra vez, sólo eso: un lugar para disfrutar y descansar. Pero también podría sumar un par de restaurantes agradables y amplios, excelente atención, muchos salones y saloncitos variados en decoración, con detalles y mobiliario original, pensión completa con comidas sencillas –familiares, digamos–, ricas y abundantes.

      Y podría haber, pensando en una temporada que (por ahora) se diluyó, muchas piscinas. También un spa inmenso con buenas instalaciones. O sea, podría ser un lugar que satisficiera a viajeros sencillos y, también, a exigentes a ultranza.

      Además podría albergar –y sería un plus para no despreciar– una colección de carruajes antiguos y la posibilidad de hacer paseos en esos coches con los chicos, en pareja, sin contar las cabalgatas.

      Podría haber bicicletas para todos los talles de persona. O juegos, o un museo “del indio”, con una colección muy respetable de herramientas y armas aborígenes. Todo esto que potencialmente podría ser tiene presencia real, comprobable, en el Hotel & Spa San Ceferino.

      Colores al amanecer
      El esfuerzo será grande pero lo vale. A la madrugada, muy temprano, se puede ver el ordeñe de vacas. También después del mediodía, pero ya no es igual que cuando el sol todavía está guardado y se va mostrando en gerundio. Porque es otoño y el amanecer en esta época del año se despereza con fiaca. Quizás un poco menos en el campo que en la ciudad.

      Esa leche, como otros productos utilizados en la cocina de San Ceferino, explica la sensación tan clara de que todo lo que conforma el lugar nace y se despliega acá, como parte de una lógica autónoma.

      Por eso el viajero se siente en un mundo aparte, una burbuja perfecta. Sabe, porque ha viajado otras veces, que en cierto momento llegará el punto final. Pero sueña en continuado.

      En su imagen sin fin, el soñador sale de paseo, cruza un puentecito y disfruta el vaivén de los sauces llorones sobre la laguna. Los chicos vendrán a pedir permiso para ir de la sala al comedor, o de los juegos a la isla en la laguna. Sí, se pelearán por la bicicleta más linda, pero es cosa de chicos porque sobran para elegir y las hay de todos los tamaños. Con rueditas también.

      Los adultos encuentran rápidamente sus rincones. El espacio de comer hasta reventar, el de la siesta sin otro rumbo que el ocio mismo, el de hacer una caminata con el fresco de abril en la cara. Claro, otros irán al gimnasio y, los introspectivos, al Mora Spa, que constituye un relato aparte.

      Que los chicos protesten por quedarse afuera, pero no es común encontrar un establecimiento, sea hotel de lujo, sea estancia, sea club de campo, que además de sus piscinas externas tenga pileta cubierta climatizada, exclusivamente dedicada a quienes acuden al spa.

      Caen intensos chorros de agua, de esos que masajean el cuerpo con fuerza. No parece haber puntos medios entre quedarse un minuto o toda la tarde. El ambiente está dominado por un perfume a incienso que, en combinación con el calor y la humedad, resulta embriagador.

      Quizás no tenga tanto sentido, justo ahora, con estas sensaciones frescas en la piel y la distensión que la mente pedirá con nostalgia durante el resto del año, aventurarse a las canchas de fútbol, tenis, vóley, driving de golf. Pero de gustos...

      La noche llega y ofrece el mejor paréntesis. Las estrellas brillan y bajan, otra vez, las ansias. La luz de la luna ilumina el campo. Algunos detalles se pierden, otros se lucen. Quizás sea un resplandor de la ciudad. O sólo un espectro.