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      A 90 años del golpe a Hipólito Yrigoyen: pena de muerte, picana eléctrica y negocios privados

      Nació a la luz de la crisis mundial de 1929. ¿Cuál fue el rol de Juan Domingo Perón?

      A 90 años del golpe a Hipólito Yrigoyen: pena de muerte, picana eléctrica y negocios privadosEl general José Félix Uriburu camino a la Casa de Gobierno, el 6 de septiembre de 1930.

      La crisis mundial de 1929 desatada en los Estados Unidos, cuyos efectos comienzan a sentirse en nuestro país a comienzos de 1930, será uno de los factores desencadenantes del primer golpe cívico militar del siglo XX en la Argentina. Los sectores dominantes lanzarán una furibunda campaña de prensa contra el gobierno de Hipólito Yrigoyen, responsabilizándolo de la crisis y haciendo hincapié en la “incapacidad”, en la “vejez” y en “la falta de reflejos” del presidente radical para afrontar los difíciles años por venir.

      La derrota del radicalismo en las decisivas elecciones de marzo de 1930 en la Capital Federal es un claro síntoma del descontento de la población, que empieza a sufrir en carne propia los efectos de la crisis.

      Los meses que siguen hasta el 6 de septiembre de aquel año serán de agitación e incitación descarada a través de la prensa a la intervención militar. La dictadura de José Félix Uriburu defraudará las expectativas de los sectores medios, aplicando durísimas medidas de ajuste y recesivas, comenzando por la expulsión de decenas de miles de empleados públicos.

      Los que lo conocían bien, recordaban que el general Uriburu había sido un fervoroso revolucionario del futuro fundador de la UCR, Leandro Alem, en julio de 1890. Devino ultraconservador con el paso de los años y, poco después de que Yrigoyen, su viejo correligionario y compañero de trinchera, ganara las elecciones por segunda vez, decidió pasar a retiro y a conspirar contra la democracia.

      Francotiradores en los techos de la Casa Rosada.Francotiradores en los techos de la Casa Rosada.

      A partir de entonces comenzaron a producirse selectas reuniones de civiles y militares en los elegantes salones del Círculo de Armas. El general leal Luis Dellepiane le advirtió al presidente Yrigoyen sobre la inminencia del golpe y lo incitó a actuar rápidamente sobre los conspiradores:

      – ¿Y quiénes son los cabecillas, general?

      –Uriburu, el coronel Mayora, Hermelo, Renard, el teniente coronel Rocco, etc.

      –Ya ve, general, que no hay que preocuparse. ¡Son todos unos palanganas!

      –Muy bien señor Presidente; ya que son unos palanganas demostrémosles: primero, que no se los necesita; segundo, que no se los teme; y los debemos meter dentro de un zapato y taparlos con el otro.

      – ¿Y al general Uriburu piensa detenerlo también?

      – ¡Pero si ése es el cabecilla!

      –Le pido, general, que a Uriburu no lo tome preso. Hágalo vigilar y nada más.

      –Pero, señor Presidente, yo no...

      –Se lo pido a mi amigo, el general Dellepiane...

      Los líderes visibles del golpe de Estado coincidían en la metodología para derrocar a Yrigoyen, pero mantenían importantes diferencias a la hora de ejercer el poder.

      Un joven capitán Juan Domingo Perón acompaña al general Uriburu.Un joven capitán Juan Domingo Perón acompaña al general Uriburu.

      Mientras que Uriburu pretendía tomarlo para hacer una profunda reforma constitucional que terminara con el régimen democrático y el sistema de partidos, e implantar así un régimen de representación corporativa, el general Justo planteaba el modelo de gobierno provisional que convocara a elecciones en un tiempo prudencial y restablecer el clásico sistema de partidos con restricciones, o sea una democracia de ficción y fraudulenta.

      Esto llevó a que Justo permaneciera en un segundo plano durante los preparativos del golpe de Estado programado para el 6 de septiembre de 1930, pero sin dejar de presionar a Uriburu a través de sus oficiales para introducir sus puntos de vista.

      Entre esos oficiales estaba Juan Domingo Perón, quien diría décadas después: “Yo recuerdo que el presidente Yrigoyen fue el primer presidente argentino que defendió al pueblo, el primero que enfrentó a las fuerzas extranjeras y nacionales de la oligarquía para defender a su pueblo. Y lo he visto caer ignominiosamente por la calumnia y los rumores. Yo, en esa época, era un joven y estaba contra Yrigoyen, porque hasta mí habían llegado los rumores”.

      Por decreto, Uriburu condonó con fondos del Estado todas las deudas particulares contraídas por miembros de las Fuerzas Armadas. No se requerían detalles ni se formulaban preguntas.

      Felipe Pigna, historiador

      Poder y negocios privados

      José Félix Uriburu era un militar cuartelero que se fue metiendo de a poco en la política como respondiendo a un llamado del destino, o por lo menos así le gustaba a él contarlo para compararse con los próceres de nuestra historia, que no podían defenderse de tal afrenta.

      Una vez en el poder, sentó las bases de lo que serían los futuros golpes cívico militares del siglo XX en Argentina: cerró el Congreso, intervino todas las provincias y las universidades con el siguiente argumento que hará escuela: “Las casas de estudios dejan de ser establecimientos destinados exclusivamente al cultivo de las disciplinas científicas cuando se da cabida en ellas a doctrinas filosóficas, ya sean el materialismo histórico, el romanticismo rousseauniano o el comunismo ruso”.

      El nuevo gobierno de facto decretó la pena de muerte, estableció el Estado de Sitio, censuró a la prensa, prohibió la actividad partidaria e instaló una feroz persecución sobre la oposición con detenciones arbitrarias y torturas.

      El escritor nacionalista Manuel Gálvez definía así al gabinete del general-presidente:

      “El ministerio, intelectual y socialmente, no puede ser mejor; pero llama la atención que tres de los ocho ministros estén vinculados a las compañías extranjeras de petróleo, y todos, salvo dos o tres, a diversas empresas capitalistas europeas y yanquis. Los primeros actos del gobierno de Uriburu no dejan duda de que la revolución será, si no lo es ya, una restauración del Régimen. El 6 de Septiembre es una especie de Termidor de nuestra historia”. Hacía referencia al golpe de Termidor, que inició la etapa conservadora de la Revolución Francesa y que preparó el camino para la llegada de Napoleón Bonaparte.

      Estas “notables personalidades” hicieron partícipe de sus negocios al general-presidente y lo alentaron para que se organizara para lucrar rápidamente. El dictador creó junto a su hijo, su secretario y gente de su amistad, como cuenta Félix Luna, “una sociedad para obtener representaciones industriales y gestionar operaciones comerciales, entre ellas, la tramitación de créditos del Banco Hipotecario Nacional”.

      El gobierno militar dictó uno de sus primeros decretos: se disponía la intervención de YPF y la expulsión del cargo de su principal impulsor, el general Mosconi, quien, sumariado, entrará en una profunda depresión que lo llevará a la muerte.

      Portada del diario La Razón saludando la intervención militar.Portada del diario La Razón saludando la intervención militar.

      Otro decreto del general-presidente condonaba con fondos del Estado todas las deudas particulares contraídas por miembros de las Fuerzas Armadas. Todo lo que los oficiales tenían que hacer era informar a sus superiores que tenían una deuda; no se requerían detalles ni se formulaban preguntas.

      Parece que los oficiales supieron aprovechar la ocasión, porque mucho tiempo después los diarios informaban que el decreto le había costado al país más de 7 millones de pesos. Un sueldo promedio rondaba por entonces los 100 pesos.

      A cuatro días del golpe, la Corte Suprema de Justicia dará legalidad al golpe de Estado sentando un precedente jurídico lamentable para los futuros golpes: “Que esta Corte ha declarado, respecto de los funcionarios de hecho, que la doctrina constitucional e internacional se uniforma en el sentido de dar validez a sus actos, cualquiera que pueda ser el vicio o deficiencia de sus nombramientos o de su elección, fundándose en razón de policía y de necesidad y con el fin de mantener protegido al público y a los individuos cuyos intereses pueden ser afectados”.

      En un reportaje, declaraba el dictador: “Yo no he venido a arreglar la democracia. Todo eso sería un poco vago. Yo he venido a arreglar la patria. A arreglar el país. A poner las cosas en su lugar. (…). Nadie podrá decir que yo no soy demócrata. He mamado la democracia. Pero es que uno no tiene la culpa de que mucha gente no comprenda, o no quiera comprender”. Afortunadamente fueron muchos los que no quisieron comprender las razones de aquel “demócrata”.

      Uriburu pretendía reformar la Constitución para obturar de esa manera la vuelta al poder de la mayoría radical, según le había confesado al dirigente “nacionalista” Ibarguren: “Mi plan es hacer una revolución verdadera que cambie muchos aspectos de nuestro régimen institucional, modifique la Constitución y evite se repita el imperio de la demagogia que hoy nos desquicia. No haré un motín en beneficio de los políticos para cambiar hombres en el gobierno, sino un levantamiento trascendental y constructivo con prescindencia de los partidos”.

      Uriburu se quejaba de que en el país había un 60% de analfabetos y que ellos gobernaban a través de la democracia. Por eso, los marginaba de la política y apostaba a una supuesta minoría inteligente. 

      Felipe Pigna, historiador

      Inspiración fascista

      El plan era reemplazar la democracia por un sistema corporativo similar al que había implantado Benito Mussolini en Italia. A poco menos de un mes de asumir el poder, Uriburu lanzó un manifiesto de claro contenido corporativista: “La democracia dejaría de ser una bella palabra solo cuando los legisladores en vez de representar a los partidos políticos, fueran una representación de obreros, ganaderos, agricultores, profesionales, industriales…”

      En diálogo franco, confesaba: “No soy enemigo del Parlamento, pero creo que él debe organizarse en otra forma. Me parece que la representación corporativa es lo más práctico”.

      Pero el general no las tenía todas consigo. El otro sector militar encabezado por el general Justo, y gran parte de su gabinete, que expresaba acabadamente la opinión del poder real de la Argentina, se oponían decididamente al proyecto de Uriburu. Desconfiaban de los resultados de la reforma y sobre todo entendían que el cambio sería inmediatamente rechazado por las potencias occidentales, particularmente por Gran Bretaña y los Estados Unidos.

      El general insistió, incluso frente a viejos conocidos como Lisandro de la Torre, quien trató de hacerlo entrar en razón diciéndole que para reformar la Constitución debía reunirse el Congreso con miembros de los partidos tradicionales que sin dudas rechazarían el proyecto y le adelantó su oposición absoluta. La respuesta del general fue: “Setenta mil legionarios desfilarán por delante del Congreso y le enseñarán lo que debe hacer, y si rechaza la reforma, le demostraré que si hice una revolución de abajo, soy capaz de hacerla de arriba”.

      Aviones de guerra en el cielo de Buenos Aires durante la asonada militar.Aviones de guerra en el cielo de Buenos Aires durante la asonada militar.

      Uriburu justificaba su plan de esta manera: “La democracia la definió Aristóteles diciendo que era el gobierno de los más, ejercido por los mejores… Eso es difícil que suceda en todo el país en que, como el nuestro, hay un 60% de analfabetos… Ese 60 % de analfabetos es el que gobierna el país, porque en elecciones legales ellos son una mayoría. (…) Si estudiáis la historia de todos los pueblos que han llegado a tener una fisonomía propia en el mundo, veréis que han sido las minorías inteligentes las que han gobernado, las que han llevado a los grandes pueblos a la altura a que llegaron”.

      La solución que propuso no fue lanzar una urgente campaña de alfabetización sino marginar a todos los analfabetos de la política y dejarlos en esa situación para siempre, cuestión de que la “minoría inteligente” pudiera seguir gobernando el país.

      Uno de los primeros decretos firmados por el dictador Uriburu establecía la pena de muerte en todo el país. Los pelotones de fusilamiento comenzaban a funcionar con una celeridad que se envidiaba en otras áreas de gobierno en medio de la miseria y el hambre de gran parte de la población. Por allí pasan anarquistas, sindicalistas y opositores en general.

      Las redadas policiales comenzaron el mismo 6 de septiembre y se dirigieron a los comités radicales, a las redacciones de los diarios de la prensa obrera, a los sindicatos, a las puertas de las fábricas, a los locales socialistas y comunistas. Las cárceles comienzan a llenarse de presos políticos y sociales. En cada provincia los jefes policiales y sus patotas tienen vía libre para “interrogar”.

      Leopoldo Lugones (hijo), comisario, inventó la picana eléctrica y sistematizó el uso de otros instrumentos de tortura como la pinza sacalenguas, las agujas al rojo o el submarino.

      Felipe Pigna, historiador

      La picana

      En Buenos Aires los detenidos que quedan a disposición de la “Sección Orden Social” de la Policía Federal. Su jefe es el comisario Leopoldo Lugones (hijo), un perverso personaje que disfrutaba personalmente del interrogatorio de los detenidos. Mucho menos poético que su padre, sistematizó el uso de la tortura y pasó a la historia de la infamia aplicando a los seres humanos un instrumento que se usaba en los corrales para arriar el ganado, al que adaptó para usarlo sobre sus víctimas indefensas.

      Se lo comenzó a conocer como la picana eléctrica y estaba destinada a tener una larga vida entre nosotros. La picana era aplicada en las zonas más sensibles del cuerpo del detenido provocándole terribles dolores y convulsiones.

      El amor y la admiración por la Inquisición no se limitaban a lo ideológico, sino a la ejemplaridad a la hora de elegir instrumentos de tortura. De la mano de Uriburu y Lugones hijo volvían las pinzas sacalenguas, las tenazas y prensas para destrozar dedos y testículos, las agujas al rojo vivo, las inmersiones de detenidos en tanques con aguas servidas (tortura conocida luego como el submarino), los azotes, las mutilaciones. Todo, como siempre, en nombre de la moral y las buenas costumbres.

      Hipólito Yrigoyen, el día del golpe militar.Hipólito Yrigoyen, el día del golpe militar.

      El general se tenía confianza y estaba absolutamente convencido que el radicalismo había muerto. Con esas certezas convocó a elecciones en Buenos Aires para el 5 de abril de 1931.

      Los radicales, que no se consideraban muertos, designaron la fórmula Honorio Pueyrredón - Mario Guido, que triunfará aquel domingo contra la fórmula del general por 218.000 contra 187.000.

      Los 30 mil votos de ventaja obtenidos por los radicales golpearon de muerte las ilusiones del general que, como buen dictador y mal perdedor, decidió anular las elecciones y suspender las programadas para aquel año.

      Es interesante conocer la opinión del propio Uriburu al respecto: “El pueblo es… tornadizo. Generalmente no aprecia ni mide el esfuerzo de sus héroes, ni comprende a tiempo el sacrificio de sus benefactores, ni cree en la sinceridad de sus hombres bien inspirados (…) Tan pronto hace héroes, mártires o tiranos. (…) Una de sus más reproducidas características es la ingratitud”.

      El fracaso del dictador Uriburu llevó a los ideólogos del golpe a convocar a elecciones amañadas en las que triunfará la fórmula compuesta por el general Agustín P. Justo y Julio A. Roca (hijo), inaugurando lo que ellos mismos llamaron la era del “fraude patriótico”. Aquella dictadura instaurada el 6 de septiembre de 1930 inauguraba una larga lista de atropellos al pueblo argentino en forma de golpes de Estado cívico militares.

      Fuentes: José María Sarobe, La revolución del 6 de septiembre, Todo es Historia Nº 5, septiembre de 1967. Félix Luna, Yrigoyen, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985. Historia Integral Argentina, Buenos Aires, CEAL, 1971. Manuel Gálvez, Vida de Hipólito Yrigoyen (El hombre del misterio), Buenos Aires, Elefante blanco, 1939. Alberto Ciria, Partidos y poder en la Argentina Moderna 1930-1946, Buenos Aires, Hyspamérica Ediciones Argentina, 1985. José María Espigares Moreno, Lo que me dijo el general Uriburu, Buenos Aires, Talleres Gráficos Durruty y Kaplan, 1933. Carlos Ibarguren, La historia que he vivido, Buenos Aires, Dictio, 1977. Azaretto, Roberto, Historia de las Fuerzas Conservadoras, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985.La Nación, La argentina en el siglo XX,La Nación, 1997. Lisandro de la Torre, Obras completas, Buenos Aires, Americalée, 1957. La palabra del general Uriburu, Buenos Aires, Roldán Editor, 1933.


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      Sobre la firma

      Felipe Pigna
      Felipe Pigna

      Historiador y autor argentino.

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