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      Antoine de Saint-Exupéry: sus misteriosos días en la Argentina

      Durante los 16 meses que pasó en el país, el autor de "El principito" descubrió el amor de su vida y su destino. Alvaro Abós lo revela en su nuevo libro, "Mira la catedral que habitas".

      Antoine de Saint-Exupéry: sus misteriosos días en la ArgentinaVolaba la ruta hacia la Patagonia de una empresa de correo aéreo./ AFP

      Unos campesinos, cuyo rancho se alzaba en lo alto de la meseta patagónica, vieron azorados como un pájaro de acero y madera se acercaba, tocaba tierra y de él descendía un monstruo, enteramente vestido de negro, que se acercaba a ellos y les decía palabras extrañas: aviateur, un ami… El malentendido tardó en disiparse. El pájaro era un avión correo de la compañía Aeroposta Argentina. El monstruo era el piloto. Un francés llamado Antoine de Saint-Exupéry, vestido con un largo sobretodo de cuero y en la cabeza, bajo un gorro de cuero, la cara ennegrecida por el aceite que le lanzaba el motor. Era un Laté 24, sin cabina, en el cual el piloto volaba con la cabeza al aire: casi una motocicleta con alas. El recelo primero, el estupor después se convirtieron en alegría. Esos aviones recorrían el país llevando correspondencia. Y entonces lo recibieron como a un amigo.

      Antoine de Saint-Exupéry llegó a la Argentina el 12 de octubre de 1929 y la abandonó el 1º de febrero de 1931. Era un hombre de treinta años que había volado ya para la compañía de correo aéreo Latécoère, en Francia y Africa. Aeroposta Argentina, de capitales franceses, se había instalado en Buenos Aires, y por cuenta del Estado y con pilotos galos y argentinos, distribuía cartas y paquetes a través de una red aérea que partiendo de Buenos Aires llegaba a Santiago de Chile y Asunción. Saint-Exupéry fue nombrado director técnico y encargado de organizar una nueva ruta al sur que ligara Buenos Aires con Río Gallegos, con escalas en Bahía Blanca, San Antonio Oeste, Comodoro Rivadavia y Puerto Santa Cruz.

      En Buenos Aires, Saint-Exupéry se instaló en el departamento 605 de la Galería Güemes, en plena calle Florida. Era un organizador, pero procuraba volar. Porque ese hombre alto, grueso, casi calvo, de andar bamboleante que algunos definían como parecido al de un oso, quería volar. Y también escribir. Volar era su vida. En lo alto, mientras el mundo quedaba a sus pies y él se hundía en el universo azul, sobre todo en la alta noche, su espíritu se apropiaba de la paz.

      Llegó a la Argentina en octubre de 1929. La abandonó en febrero de 1931.Llegó a la Argentina en octubre de 1929. La abandonó en febrero de 1931.

      En las rutas argentinas de la Aeroposta descollaron tres aviadores que están en la historia de la aviación francesa: Jean Mermoz, Henri Guillaumet y Antoine de Saint-Exupéry. Los tres murieron en accidentes aéreos. El autor de El principito quizás no fue un piloto tan diestro como los otros dos, pero en sus libros supo expresar como nadie la experiencia interior y la aventura prodigiosa del aire en aquellos tiempos de la aviación pionera. En las madrugadas febriles de la Galería Güemes, antes de caer exhausto, Saint-Exupéry escribía febrilmente Vol de nuit (Vuelo nocturno), una novela que tenía algo de diario personal. Allí reelaboraba su propia experiencia en los cielos argentinos.

      En septiembre de 1930, el destino de Antoine de Saint-Exupéry iba a cambiar. Hasta entonces su vida sentimental en Buenos Aires era árida. Gustaba de las mujeres bellas y, siendo un soltero que ganaba mucho dinero, no le faltaban aventuras. Frecuentaba el Tabarís y otros lugares nocturnos. Pero esas compañías fugaces no le bastaban. Una tarde fue a escuchar una conferencia organizada por los Amigos del Arte en la Galería Van Riel, de la calle Florida. Y allí conoció a la mujer de su vida. Se llamaba Consuelo Suncín. Era salvadoreña y a sus treinta años era doblemente viuda, primero de un militar mexicano, luego de un periodista estrella en su época, Enrique Gómez Carrillo.

      Acá conoció a la mujer de su vida. Se llamaba Consuelo Suncín. Era salvadoreña y a sus treinta años era doblemente viuda.

      Consuelo había venido a la Argentina para cobrar sueldos adeudados a su esposo, amigo personal del presidente Hipólito Yrigoyen, quien lo había nombrado cónsul argentino en París. Nada más verla, Antoine se enamoró. Le explicó que era aviador y esa misma noche la invitó a volar. Venciendo los temores de Consuelo, fueron al aeropuerto de Pacheco, montaron en el Laté 24 –tenía dos asientos, para el piloto y el copiloto– y mientras sobrevolaban el río de la Plata y la ciudad iluminada, él le dijo:

      –O usted me da un beso o nos estrellamos los dos… Lo consiguió. Pero no le bastaba.

      –Quiero casarme con usted. O me da el sí o nos hundiremos en el río.

      Esa noche terminó en el departamento de la Galería Güemes. Fue un amor torrencial.

      Antoine y Consuelo se conocieron en Buenos Aires. La relación fue intensa y tormentosa.Antoine y Consuelo se conocieron en Buenos Aires. La relación fue intensa y tormentosa.

      La pareja de Antoine y Consuelo fue, a su manera, indestructible y duró hasta el fin. Cuando estaban juntos se peleaban, cuando estaban separados se añoraban. Las discusiones constantes hicieron áspera la convivencia. Tuvieron ambos otras parejas. Pero volvían a juntarse una y otra vez. El la retrató en El principito: Consuelo es la Rosa, con la que dialoga el protagonista.

      En 1940, Saint-Exupéry vivía exiliado en Nueva York, en un departamento alto sobre el Central Park. La traducción al inglés de Tierra de los hombres y Piloto de guerra, crónicas sobre sus aventuras como piloto, eran best-sellers. Consiguió llevar a Consuelo a los Estados Unidos. La pareja volvió a convivir aunque nunca se recompuso realmente. Por lo menos estaban juntos… Saint-Exupéry escribía desde hacía mucho un largo tratado filosófico, donde volcaba, en fragmentos breves, a la manera de Nietzsche, sus impresiones sobre la vida, la muerte, el tiempo, la solidaridad. Tituló esa obra Ciudadela. Para descansar de esa tarea que lo agotaba, y a pedido de su editor norteamericano, que gustaba de los dibujitos con los que Antoine adornaba el borde de sus cartas, escribió un cuento infantil que tituló Le petit prince (El principito). Lo ilustró con unas acuarelas en las que aparecía un niño rubio. Corría 1943.

      Saint-Exupéry vivía una crisis. No podía soportar la idea de que su patria, humillada por el invasor nazi, permaneciera pasiva en la derrota. Se embarcó hacia Argelia con un contingente de hombres que querían alistarse en la guerra. En el año y medio que siguió, Saint-Exupéry intentó por todos los medios que la aviación aliada lo incorporase a alguna misión de guerra. Le dijeron mil veces que era imposible: tenía 44 años y un cuerpo inútil por las fracturas sufridas en sus accidentes. No pasaba los test para pilotear los Lightning P 38 cuyos pilotos tenían entre 23 y 24 años. Pero no cejó hasta que lo dejaron volar desde la base de Borgo (Córcega) en vuelos de reconocimiento sobre territorio francés.

      La primera edición de "El principito" apareció en Francia el 6 de abril de 1943.La primera edición de "El principito" apareció en Francia el 6 de abril de 1943.

      El 31 de julio realizó su sexta misión. Partió a las ocho de la mañana y nunca regresó. ¿Perdió el control de su aparato y cayó al Mediterráneo? ¿Fue ametrallado por un caza nazi? Durante mucho tiempo se lo buscó en tierra y mar. Proliferaron rumores: podría haber aterrizado en algún lugar de Francia integrándose a la resistencia. Podría haber sido apresado por los nazis quienes lo habrían matado clandestinamente...

      Mientras se consolidaba el mito, "El principito" se convirtió en uno de los libros más vendidos en la historia. Algunos hablan de 150 millones de ejemplares.

      Durante años, se especuló con el destino de Antoine de Saint-Exupéry. Mientras se consolidaba el mito, su cuento infantil, ese Principito en el que su autor no pensó nunca durante el último año y medio de su vida, se convirtió en uno de los libros más vendidos en la historia. Algunos hablan de 150 millones de ejemplares. ¿Qué tiene esa historia de un niño que se le aparece a un aviador caído en un desierto y le cuenta historias poéticas, sutiles y al mismo tiempo llenas de sentido? ¿Es un mero cuento infantil o, como sostenía el filósofo Martin Heidegger, uno de los libros más profundos que se han escrito nunca?

      En 1998 se rescataron cerca de Niza restos de un fuselaje que habría sido del avión que pilotaba Saint-Exupéry. Un centro de reconocimiento de restos aéreos lo identificó. Otros dudaron.

      El libro de Abós, editado por Sudamericana, es un retrato emotivo en todas sus facetas.El libro de Abós, editado por Sudamericana, es un retrato emotivo en todas sus facetas.

      Cuando decidí contar la vida de Antoi-ne de Saint-Exupéry durante los 16 meses que vivió en la Argentina, comprobé que ninguna de las muchas biografías que se le han dedicado, algunas muy buenas, acertaba a descifrar el siguiente aspecto: fue aquí cuando llegó a un momento de la vida que no todos alcanzamos. El momento en el que alguien descubre la verdad sobre sí mismo y adquiere su auténtica identidad. En la Argentina, Saint-Exupéry supo que sería hombre, piloto, escritor, amante. Por eso titulé mi libro con una frase que me había impresionado, tomada de su Piloto de guerra: “Mira la catedral que habitas”. Es decir, no olvides nunca que la vida tiene algo de sublime. Y esta verdad la ratifiqué al encontrar una carta que parecía perdida, que hasta los parientes del destinatario buscaban afanosamente.

      La dirigió Saint-Exupéry a su amigo, el piloto argentino Rufino Luro Cambaceres. Fue escrita en algún momento de 1934 o 1935 (no fechaba sus cartas). Tras disculparse por su tardanza en contestar las misivas del interlocutor, recuerda así su vida argentina: “¡Cuántos y cuántos recuerdos del trabajo común. Los viajes al Sud, la construcción de la línea, los vientos de Comodoro, las fatigas, las inquietudes y las alegrías que he compartido con usted. Me encontraba en la Argentina como en mi propio país. Me sentía un poco vuestro hermano y pensaba vivir largo tiempo en medio de vuestra juventud tan generosa...” No fue posible. Nos queda la lección de sus palabras: la vida es un don. No lo desperdiciemos.


      Sobre la firma

      Alvaro Abós
      Alvaro Abós

      Escritor

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