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      Coronavirus en Italia: playas con protocolos “a piacere” y raves sin distanciamiento

      El fantasma de la pandemia, que dejó más de 35 mil muertos en ese país, queda de lado ante la voluntad de esparcimiento.

      Coronavirus en Italia: playas con protocolos "a piacere" y raves sin distanciamientoFiesta en el atardecer en un balneario de Rímini, Italia. Foto: Cézaro de Luca.

      Entre el aquí no ha pasado nada y la conciencia cruda de estar poniéndole el cuerpo al primer verano del resto de nuestras vidas, Europa se atreve a unas vacaciones raras, intranquilizadoras y que contradicen uno de los principios fundacionales de todo descanso estival: el de evitar la fatiga.

      Porque en el verano europeo número uno de la era post-Covid es casi obligatorio esforzarse. Sobre todo, para no pensar. Para no medir en la playa los centímetros que separan la sombrilla propia de la del vecino. Para no sufrir cuando en el parador del balneario los racimos de adolescentes pulverizan la distancia de seguridad y entran sin barbijo a comprar un helado. Para no escuchar toses ni estornudos. Ni siquiera carrasperas de las más leves.

      Italia, el primer epicentro europeo de la pandemia (que tuvo más de 35 mil muertos), y España (al menos 30 mil), enfrentan el desafío de una temporada frágil, tísica, que avanza a golpe de espasmos de alegría forzada sabiendo que más de la mitad de los suyos no se irá de vacaciones: por temor al contagio, porque el virus le perforó el bolsillo o por ambos motivos a la vez. Y entre quienes sí lo están haciendo, apenas un puñado se atreve a cruzar la frontera de la patria para vacacionar en otro país.

      Look playero en un balneario a orillas del Adriático: bikini, pareo y barbijo. Foto: Cézaro de Luca.Look playero en un balneario a orillas del Adriático: bikini, pareo y barbijo. Foto: Cézaro de Luca.

      Porque si hay dos vivencias imprescindibles para los mortales de los países del sur de Europa, ellas son el fútbol y las vacaciones. En Italia, el fútbol volvió el 13 de junio con las semifinales de vuelta de la Copa Italia, y, seis días después, el campeonato oficial, la Lega Calcio. Las playas, sin embargo, habían abierto antes, el 23 de mayo.

      “Es un verano sin reglas –denuncia la crónica periodística italiana–. Estacionamientos extra-llenos, locura en los aperitivos, multitudes en los bares, colas en las principales autopistas: es ésta la fotografía real de las playas en el primer verano en tiempos de coronavirus. ¿Cómo es posible?”

      Los jóvenes, la generación tal vez mejor entrenada en el hedonismo del placer despreocupado, son el reservorio de alerta roja de la temporada: los últimos datos epidemiológicos señalan que los contagios aumentaron significativamente entre chicas y muchachos y que la edad promedio de los infectados disminuyó.

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      En Rímini, uno de los balnearios más populares del Adriático, así se vive el primer veraneo post Covid.

      Según el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias de España, entre marzo y abril, las personas que se contagiaban tenían una edad media de 62 años mientras que, en las últimas semanas, quienes dan positivo al test Covid rondan los 35. Y el último informe del Instituto de Salud Carlos III de España revela que, entre mayo y julio, los positivos entre jóvenes de 15 a 29 años crecieron un 21,7 por ciento. Entre el 16 y el 23 de julio, el porcentaje de contagios en esa franja etaria aumentó un 56 por ciento.

      Los barbijos atados en los brazos en el centro de Rímini. Foto: Cézaro de Luca.Los barbijos atados en los brazos en el centro de Rímini. Foto: Cézaro de Luca.

      En marzo, en abril, pero también a principios de mayo, no era seguro que pudiéramos estar en la playa, bañándonos, tomando un aperitivo.

      Chiara Affronte, periodista

      El ritmo de la playa

      Basta darse una vuelta por el balneario 26 de Rímini, la ciudad italiana que contó, entre los suyos, a Federico Fellini y a la que el director honró, hasta sin mencionarla, en todas sus películas, para comprobar que aún hay circuitos mentales que creen que el Covid-19 es como la aguja de la rueca que pinchó a la Bella Durmiente: una pesadilla que nos hundió durante meses en un sueño profundo y de la que la llegada de las vacaciones nos despabiló como el beso que el príncipe enamorado posó sobre la boca de la chica del cuento.

      Al atardecer, cuando el Adriático es un pliegue de papel crepé azul oscuro y la arena refresca los pies descalzos, dos tambores brasileños y el dj Adri Pirata aturden con ritmo pegadizo el balneario.

      Circulan, en vasitos de plástico, el spritz –Aperol y Campari–, la birra, el prosecco. Los cuerpos, sin pudor ni memoria de la tragedia que sigue provocando el virus, perrean a centímetros unos de otros. Se abrazan, se acarician.

      En esta temporada, sobre las playas que dan al mar Adriático de Emilia-Romagna, una de las regiones más prósperas de Italia y entre las tres más agobiadas por la pandemia, la única fiebre que se mide es la de la voracidad por recuperar superficies de placer.

      La otra, la de la temperatura del cuerpo como antesala de la peste, casi no se controla en ningún lugar. Se esperaba que los balnearios lo hicieran, pero no la toman.

      En el parque de diversiones Fiabilandia, toman la fiebre al ingresar. Con menos de 37.5 grados, uno tiene el pase gratis para el día siguiente. Foto: Cézaro de Luca.En el parque de diversiones Fiabilandia, toman la fiebre al ingresar. Con menos de 37.5 grados, uno tiene el pase gratis para el día siguiente. Foto: Cézaro de Luca.

      Sí lo hacen algunos parques de diversiones como Fiabilandia, una versión vintage de nuestro Ital-Park, que a través de juegos como “Castorlandia”, “La mina de oro” o montañas rusas como “Red Mountain” se dedica a descargar módicas dosis de adrenalina en humanos de diversas generaciones desde 1965.


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      La entrada a todos las atracciones cuesta 24 euros y al día siguiente, si el termómetro láser de la entrada confirma que la temperatura sigue siendo inferior a 37,5 grados, se puede volver gratis.

      En las playas del Adriático, varios empresarios de la noche de ciudades balnearias como Rímini y Riccione fletan micros con jóvenes para que los ecos de la pandemia no se devoren la temporada que ni siquiera salvará el bonus vacanze (bono vacaciones) que el gobierno acordó con algunas estructuras turísticas para estimular con ayudas que van de los 150 a los 500 euros. Se conceden, según la cantidad de integrantes, a las familias con ingresos de hasta 40.000 euros anuales.

      Algunos clientes tuercen la nariz cuando pasan por el túnel esterilizador de mi negocio, pero requiere tiempo. Quien va a comer afuera quiere seguridad. La epidemia no pasó y la prudencia no es demasiada.

      Dino Mini, dueño de un restaurante

      Una industria entre paréntesis

      “No es un verano como los de siempre. Eso es lo que se respira”, dice Paola, una profesora de Lengua y Literatura de Rímini que, cuando el mundo aún no conocía esta versión del coronavirus, solía ser, junto a su esposo Giuseppe, la primera en dar la bienvenida y la última en despedir la estación más festiva del año desde la sombrilla que su familia lleva décadas alquilando en el balneario L’Amarissimo, de las playas del centro.

      Los turistas se chocan menos que otros años por el Viale Vespucci, algo así como la 3 de Villa Gesell, a cien metros del mar y donde se concentran los hoteles y restaurantes más buscados.

      En Italia el turismo representa el 13 por ciento del Producto Bruto Interno y da trabajo al 15 por ciento de los italianos. “Da la sensación de que la temporada no hubiera arrancado”, dice Paola.

      Su sutileza anímica se confirma en el calendario estival de eventos que la industria del turismo tuvo que reciclar por la epidemia.

      En un verano cualquiera, el puntapié de largada de la temporada lo hubiera dado la Notte Rosa (Noche Rosa), el primer fin de semana de julio en el que las ciudades balnearias casi no duermen: los negocios, decorados con globos y tules rosas, permanecen abiertos hasta pasada la medianoche y los veraneantes, muchos de los cuales también se visten de rosa, les dan la bienvenida a las vacaciones con fiestas y amontonamientos que, visto con ojos de pandemia, representan hoy un atentado a la salud pública.

      Túnel esterilizante en el restaurante Ferramento, de Santarcangelo de Romagna. Foto: Cézaro de Luca.Túnel esterilizante en el restaurante Ferramento, de Santarcangelo de Romagna. Foto: Cézaro de Luca.

      Pero para los primeros días de julio, los italianos estaban en Fase Tres, desandando la cuarentena, y en Emilia Romagna el índice de contagios permanecía apenas por encima de 1: era de 1,06.

      Los 110 kilómetros de costa de la Notte Rosa 2020 se transformaron entonces en una semana, del 3 al 9 de agosto, de charlas y recitales para los cuales fue preciso reservar con anticipación y online. Los cupos eran limitados.Como los asientos en los trenes: una ordenanza lanzada en julio por el ministro de Salud, Roberto Speranza, volvió a marcar las distancias entre los pasajeros, muchos de los cuales ya habían comprado el boleto y tuvieron que viajar en micro.

      “En marzo, en abril, pero también a principios de mayo, no era seguro que pudiéramos estar en la playa, bañándonos, tomando un aperitivo. Pensé y creí que tal vez sería posible en lugares más espaciosos. Pero todavía era una apuesta. En cambio estamos aquí. Con un sentimiento extraño en el fondo, pero aquí estamos, por suerte con las personas que queremos”, reflexiona Chiara Affronte, una periodista que creció en Rímini pero vive en Bologna.

      “Más allá de la pandemia, que inesperadamente nos golpeó a todos, los años de recortes del gobierno llegaron a un punto crítico, principalmente en el sector de la salud, que por suerte todavía en Italia es para todos. Pero en este punto tenemos que estar aún más involucrados, y también comprometernos globalmente, cada uno en lo que pueda, para que el consumo desenfrenado, el uso de la tierra y la explotación perversa del medio ambiente como si fuera nuestro no creen más las condiciones para el brote de epidemias que pueden volverse contra nosotros como un búmeran”, agrega.

      El empleado de un balneario desinfecta reposeras y sombrillas. Foto: Cézaro de Luca.El empleado de un balneario desinfecta reposeras y sombrillas. Foto: Cézaro de Luca.

      En el balneario 14 de Rímini, Adam, uno de sus propietarios, dice que con las medidas protocolares a causa del Covid, este año tuvo que levantar 48 sombrillas de los dos centenares que suele plantar sobre la arena: “Pero está bien así, seguiría todas las temporadas de esta manera –asegura–. No cambia mucho la facturación y es menos trabajo”.

      Santarcangelo de Romagna, un pueblito con un aire a Colonia del Sacramento pero a 10 kilómetros del mar, es uno de los lugares más atractivos de la zona. Allí, una ferretería convertida en restaurante, bautizado, obvio, Ferramenta, insta a los comensales a pasar por un túnel que los esteriliza y les mide la temperatura antes de acompañarlos a la mesa.

      Se trata de un corredor en el que hay que detenerse un minuto para recibir vapores que reducen un 50 por ciento la carga bacteriológica que podemos portar sobre la ropa. “Algunos clientes tuercen la nariz cuando pasan, pero requiere tiempo. Quien va a comer afuera quiere seguridad. La epidemia no pasó y la prudencia no es demasiada”, dice Dino Mini, su propietario.

      En el balneario Miramar de Punta Marina Terme, un pedacito de costa de la comuna de Ravena, Erman desinfecta varias veces por día las reposeras: lo hace cada vez que se produce el recambio de veraneantes. Rocía las superficies, como si estuviera fumigando, con una solución diluida que no huele a nada.

      Debajo de cada sombrilla, un cartelito advierte: “Gentil cliente, aunque la epidemia de coronavirus está en fase de mejoramiento, aún no la hemos dejado atrás. El virus sigue presente en el territorio y su difusión puede verse favorecida por comportamientos incorrectos de nuestra parte como ciudadanos”, aclara el folleto y sugiere descargar la aplicación Immuni (Inmunes), que permite rastrear el Covid en suelo italiano.

      La tradición del helado en la playa sigue vigente. Foto: Cézaro de Luca.La tradición del helado en la playa sigue vigente. Foto: Cézaro de Luca.

      Hasta el 23 de junio, es decir, veinte días después de que Italia levantara las restricciones y permitiera a sus 60 millones de ciudadanos moverse libremente, unas 3.300.000 personas contaban ya con la aplicación en sus celulares que el gobierno recomienda aunque no es obligatoria.

      Pero para que Immuni sea eficiente, es preciso que al menos el 60 por ciento de los italianos la tenga activa, es decir, unos 36 millones de personas.

      En Punta Marina también vive un curioso personaje de 92 años que yira por las calles con su “ape car” (coche abeja) eléctrico: un autito unipersonal y hermético, involuntariamente Covid free. El no lo sabe pero, adentro de su vehículo y a pesar de los 37 de térmica, Giovanni Adamo está aislado de posibles contagios. “Nosotros de esta historia del virus no sabemos nada”, dice su esposa Elvira, de 90.

      Entre rebrotes y especulaciones respecto de cuándo podría golpear la segunda ola de coronavirus, el barbijo (la mascherina) es la marca registrada de un verano que muchos sienten en la cuerda floja.

      La más común, la N95, esa mordaza sanitaria que varios autos llevan colgada del espejito retrovisor y que baila en la muñeca o se ajusta al brazo de decenas de peatones, es tal vez el último vestigio de los meses de cuarentena.

      Italia vive un’ estate in maschera (un verano con máscara). Como en los días del Carnaval de Venecia, que este año debía comenzar a fines de febrero pero que el virus, sin disfraz, aniquiló.

      Afiche callejero que convoca a la donación de plasma. Foto: Cézaro de Luca.Afiche callejero que convoca a la donación de plasma. Foto: Cézaro de Luca.

      A 30 años de las notti magiche (noches mágicas) de aquel Mundial italiano en el que Argentina eliminó por penales a la Nazionale y luego perdió la final con Alemania, los italianos acaban de vivir su primer Ferragosto post-Covid, ese clímax del verano que encarna en cada 15 de agosto en memoria de los días de reposo (feriae Augusti) que el primer emperador romano, Ottaviano Augusto, estableció en el año 18 antes de Cristo y que luego el cristianismo transformó en el día de la Asunción de la Virgen María a los cielos.

      Lejos de la santidad, el verano europeo post-Covid siente la amenaza de la juventud, socia fraudulenta de la inmortalidad. Pero ni los horarios restringidos para la parranda ni el patrullaje policial para evitar que chicas y muchachos se junten a beber y charlar en las plazas o playas contienen el ingenio juvenil cuando se las rebusca para trasnochar y transgredir aún en post-pandemia.

      Como sucedió en Bologna, la ciudad italiana dueña de la universidad más antigua de Occidente, donde el cierre de los bares encendió la travesura de un grupo de jóvenes que, a las dos de la madrugada, se pusieron a proyectar una película porno sobre la mega pantalla que la Cineteca monta todos los veranos a cielo abierto en la Piazza Maggiore, pegadita a la basílica de San Petronio, el patrono de la ciudad. Allí, donde los libros de historia cuentan que el papa Clemente VII coronó emperador a Carlos V en pleno Renacimiento, se oyeron jadeos hasta que llegaron los carabinieri.


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      Marina Artusa
      Marina Artusa

      Corresponsal en Madrid martusa@clarin.com

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