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      Eduardo Sacheri: la metamorfosis de los hinchas argentinos

      El escritor habla de la doble vara del fanático: una para medir a su club, otra para la Selección. Aunque el Mundial puede cambiar todo.

      Eduardo Sacheri: la metamorfosis de los hinchas argentinosSegún el autor, puertas afuera, el futbolero argentino es más indulgente con su equipo local que con el nacional.

      Los hinchas argentinos –los hinchas que son hinchas todos los días de su vida, esos que aman mucho a sus clubes, esos que respiran por sus colores– llegan a junio, al mes del Mundial, en la antesala de una metamorfosis inminente. Se han pasado los últimos cuatro años siendo hinchas –muy hinchas, demasiado hinchas– de sus propios equipos. Los clubes de acá, los del país, los locales. Los que heredaron de sus viejos o eligieron desde chicos.

      Prestaron atención a las Eliminatorias, por supuesto. Seguramente vieron, temieron y sufrieron esos 18 partidos esporádicos, sembrados a lo largo de tres años de un calendario inentendible. Pero muchos de ellos lo hicieron con cierta frialdad, con desapego, guiados por un ánimo completamente distinto al que aportan a sus clubes: poco aliento, ningún calor, mucha crítica, escasa paciencia. Una actitud lejana y sin la menor empatía: los jugadores de la Selección Nacional son estrellas globales. Son los goleadores de la galaxia. Ganan un montón de millones de euros, dólares y yuanes. Allá ellos. Acá nosotros.

      El futbolero argentino medio, entonces, pretende sentarse a ver a la Selección como si ese equipo debiese situarse varios escalones por delante de sus competidores. De ahí la impaciencia cuando las cosas no salen, la crítica adusta, el ceño fruncido.

      Con los clubes –con “nuestros” clubes–, nos comportamos distinto. Funcionamos con un código de “los trapitos se lavan en casa”. Entonces, es posible que en la tribuna, rodeados de “nosotros”, sí nos animemos a considerar que nuestros jugadores son unos burros, y que no merecen ni clemencia ni paciencia, y que mejor haríamos en darles la espalda y no volver nunca más a pisar la cancha.

      Pero cuidado: sólo podemos llegar a decir cosas así si estamos conversando con nuestra propia gente. Frente a los otros, nunca. Frente a los extraños, jamás. Si nos toca hablar de nuestros clubes con gente ajena somos circunspectos, cabales, contenidos. Frente a los forasteros, como mucho, el mandato es enmudecer. Que nadie nos pueda reprochar una falta de amor o de entusiasmo.

      La Selección Nacional, en cambio, no es de nadie. En el mejor de los casos, los futboleros reivindican a tal o cual jugador, porque alguna vez vistió su misma camiseta. ¿Pero al conjunto? ¿A la Selección completa? Ni en sueños. Si no vienen con la Copa, que ni vengan.

      Eso sí. El 14 de junio empieza el Mundial. Y para entonces, los futboleros llevarán un mes de abstinencia. Y quiéranlo o no, algo empezará a despertárseles en las tripas. Para los jóvenes, el sueño de vivir lo que solo han visto en imágenes gastadas de tanto proyectarse. Para los más viejos, la fantasía de recuperar lo que sintieron hace muchos años.

      Es una metamorfosis lenta y difícil, porque los rivales no son nuestros vecinos de enfrente, sino países lejanos. Y los argentinos solemos preferir los antagonismos minúsculos, domésticos y cercanos. Pero no es imposible.

      Y si metemos una buena primera fase, y un cruce feliz en octavos… quién nos dice. De repente una mañana nos levantamos fanáticos de la celeste y blanca, y Dios es argentino y no nos para nadie y el mundo tendrá que rendirse a nuestros pies. Qué tanto. 


      Sobre la firma

      Eduardo Sacheri

      E. Sacheri es novelista. Su último libro, La noche de la usina, ganó el premio Alfaguara 2016.

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