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      ¿De qué no se quiere acordar Roman Polanski?

      Llega a la Argentina el libro de memorias de este director maldito, en coincidencia con los 50 años del estreno de su filme "El bebé de Rosemary". Lo que cuenta y lo que olvida de sus acosos y abusos.

      ¿De qué no se quiere acordar Roman Polanski?Como si el tiempo no hubiera pasado. En sus Memorias, Polanski aporta más olvidos que recuerdos para rectificar su fama de abusador.

      Mientras se lee Memorias del franco-polaco Roman Polanski –que llegará a las librerías argentinas a fin de mes–, no es difícil imaginar la voz del cineasta: es una que destila el inglés con cierta dificultad, pero con dulzura y sin vacilar. Después de todo, es una voz reconocible y reconocida para los amantes del cine ya que el mismo Polanski protagonizó alguno de sus clásicos como La danza de los vampiros o El inquilino. Y como Werner Herzog o Milos Forman, cineastas que renovaron el cine de Europa pero que también fueron bienvenidos en la tierra californiana para expandir Hollywood, es una de las voces (o autor, como gusta decir la teoría del cine) más importante del cine. Películas como Chinatown o El pianista lo han convertido en un director que reveló las oscuridades y señuelos del corazón humano, pero bajo el halo infra-ordinario de la vida cotidiana. El mejor ejemplo: la extraordinaria El bebé de Rosemary, que está cumpliendo medio siglo.


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      Bajo esa voz casi infantil, joven –aún hoy a sus 84 años– y sus ojos y sonrisa disimulada de nene travieso, pulsan los acentos de sus lenguas maternas: el francés y el polaco. Roman (sus padres lo escribieron como “Raymond”) nació en Francia y a los 3 años él y su familia (judíos de origen, pero ateos y oriundos de Polonia) se mudaron a Cracovia. Autodefinido como un chico a la vez tímido pero impetuoso (lo echaron del jardín a los 5 por decirle a una compañerita –o a la maestra, ya que admite no recordarlo– “Besame el culo”), Polanski vivió un breve periodo de felicidad hasta la llegada de la Segunda Guerra. El frío, la nieve cayendo sobre Polonia y el gueto judío donde confinaron a Polanski y a su familia lo describe no con pinceladas de trazo gordo, sino con el detalle gélido del día a día: su madre escarbando comida entre la basura, los alemanes disparando por placer a las personas de mayor edad que no podían moverse en las redadas, su íntimo amigo Richard Horowitz escondiéndose en el pozo ciego de las letrinas de Auschwitz y su padre susurrándole en polaco –protegiéndolo– “¡andate!”, cuando los nazis se lo llevaron y el pequeño Roman quiso irse con él. “Lo que le pasó a mi familia es una perfecta ilustración de la forma en que se llevaba a la práctica la solución final”, dice Polanski.

      Su madre fue asesinada en las cámaras de gas de Auschwitz, pero su padre sobrevivió. Mientras tanto, él fue criado por diversas familias polacas a las que los Polanski les pagaron con toda su fortuna. El futuro director de cine pasaba sus tardes sin ir al colegio (vivía semi-escondido) espiando las películas, noticieros y propagandas antisemitas que los nazis exhibían con proyectores en las plazas.

      Tras la guerra, al joven Polanski se le manifestaron dos grandes vocaciones: el arte dramático y el cine. Comenzó a sorprender a su comunidad con sus actuaciones en radio y teatro, hasta llegar a sus primeros papeles en el cine para uno de los grandes renovadores del cine polaco, Andrzej Wajda. En la Escuela de Bellas Artes, “me iniciaron en los escritos de Gombrowicz, Bruno Schultz y Kafka”, rememora Polanski.

      Becado para estudiar en la Escuela de Cinematografía de Lodz, Polanski da cuenta, además de su vida profesional y privada, de los procesos de cambio y de “deshielo” político que empezaba a vivir la Polonia comunista, que también modificaron su visión artística: “A los de los cursos superiores les gustaba el primitivo cine soviético, a mis compañeros y a mí nos entusiasmaba mucho más El ciudadano de Orson Welles”. Ese gusto por el “formalismo” (una acusación en el contexto del cine soviético de la época, que privilegiaba el mensaje político) derivó en su primer y genial largometraje, El cuchillo en el agua: a los 29 años, Roman se convertía en una celebridad en Polonia con una nominación al Oscar a mejor película extranjera.

      Luego de sus filmes en Londres (La danza de los vampiros) y París, llegó el triunfo en Hollywood con El bebé de Rosemary. Poco antes se había casado con la actriz Sharon Tate… Y no mucho después fue asesinada junto a otras víctimas por el clan Manson.


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      “Fue nuestra mujer de la limpieza –recuerda Polanski– quien dio la voz de alarma tras descubrir los cadáveres a las 8 de la mañana del sábado 9 de agosto (de 1969).” Aquí su carrera tomó una dimensión adicional: la matanza impactó al mundo, provocando una histeria amarillista en la que todos los grandes medios de los EE.UU. básicamente enunciaban que “ellos se lo habían buscado”, sosteniendo que tras las amistades de Tate (embarazada de ocho meses) había magia negra, ritos satánicos y drogas. Polanski relata vívidamente cómo colaboró con la Policía, que le suministraba reactivos químicos para detectar rastros de sangre en autos de conocidos que podían ser sospechosos.

      En la presentación de "La danza de los vampiros", en 2014, cuando la versión musical de su película se estrenó en París.En la presentación de "La danza de los vampiros", en 2014, cuando la versión musical de su película se estrenó en París.

      A partir de aquí, su vida quedó en la mira de los paparazzi para siempre. Y después aún más, por el juicio que enfrentó por violar a Samantha Gailey (por motivos legales, el libro cambia su nombre real por el de “Sandra”), luego de hacerle fotos para la revista Vogue. Polanski tenía 44 años. Gailey, sólo 13. El retrato del mes y medio que pasó en la prisión conocida como “Chino” es uno de los puntos altos del libro. El director huyó a París en medio de un juicio que se había convertido en un circo mediático y jamás volvió a pisar los Estados Unidos. Décadas después, en 2009, lo volvieron a encarcelar en Zurich, Suiza, durante dos meses por intermedio de Interpol.

      La pregunta es: ¿se trata de algo equivalente, en el contexto del #MeToo a los casos de abuso de Woody Allen o de Harvey Wainstein? ¿Si Hollywood perdonó a Polanski… lo mismo debería hacer el público? Difícilmente puedan compararse. Polanski pasó casi un año entre la cárcel y su prisión domiciliaria en Gstaad (Suiza), admitió el crimen por un acuerdo entre partes y le pidió disculpas a Gailey. Ella ha expresado públicamente su deseo de que les dejen continuar la vida tanto a ella como al director: “La prensa me hizo muchísimo más daño del que me hizo Polanski”. En 2003, cuando el filme El pianista fue nominado al premio Oscar, Gailey pidió a los votantes de la Academia que juzgaran “a la película, no al hombre”.

      Perseguido por un aura siniestra. Con su esposa Sharon Tate, en Londres, 1968. No pasaría mucho tiempo para que le Clan Manson la asesinara estando ella embrazada.Perseguido por un aura siniestra. Con su esposa Sharon Tate, en Londres, 1968. No pasaría mucho tiempo para que le Clan Manson la asesinara estando ella embrazada.

      En estas memorias, el director recuerda sus amores iniciales (y el sugerente detalle, premonitorio de su arte, de que su primera experiencia sexual haya sido delante de un espejo que los reflejaba), y su tragicómica experiencia con el LSD. Incluso ya casado, Polanski confiesa, ni engreído ni pudoroso: “Me atraían otras mujeres y siempre que podía me acostaba con ellas”.

      Estas memorias finalizan apenas en 1978, cuando aún le faltaban por filmar gemas maestras como Perversa luna de miel o La muerte y la doncella, largometrajes en los que paradójicamente son las mujeres las que deciden vengarse de maltratos, abusos y violaciones.

      El “perverso enano libertino”, como fue retratado tantas veces y de cuya imagen se hace cargo, graba en las primeras líneas de esta autobiografía el dictum de lo que fue su vida y de su papel en el cine del mundo: “Desde que recuerdo, la línea entre la fantasía y la realidad ha estado siempre irremediablemente borrosa”.


      Sobre la firma

      Nicolás Pichersky

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