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      Malvinas: ¿Hacia los primeros 200 años?

      Argentina debiera consolidar adentro una política de estado y, afuera, el apoyo de aliados confiables.

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      La de Malvinas fue desde siempre una historia de impotencia para los argentinos. Malo entonces, ahora se agregó la disputa por el mismo territorio antártico. Argentina debiera consolidar adentro una política de estado y, afuera, el apoyo de aliados confiables. La concesión de una base patagónica a China, en abierto desafío a la OTAN, no parece precisamente una ayuda en esa dirección.

      La patética oquedad de los Secretarios Generales de la ONU ejemplifica sin afeites nuestra creciente soledad universal. En esa perspectiva, los gobernantes que prefieren intercambiar agravios terminan, de ambos lados, halagando el oído de sus clientelas electorales, pero dejan al garete a la solución del conflicto.

      La política tradicional sobre Malvinas siempre fue juridicista. Inteligente, porque nuestros títulos son mejores. Insuficiente, porque el mundo no se rige todavía en base al derecho. Así, apelando solo al reclamo jurídico, los argentinos terminamos quedándonos con la razón y los ingleses con las islas. Intoxicados de juridicismo, derivamos hacia otra forma de la impotencia: la mera retórica. Una de las ventajas de la retórica es que su vinculación con la realidad no tiene por qué ser muy estricta: el discurso tonante y la imprecación patria suelen ocultar eficazmente la incapacidad de conseguir nada.

      La otra fecha amarga para la causa argentina fue la de nuestro desembarco en las islas. Aparte de su utilización bastarda por parte de un régimen por todos condenado, de entre sus varios significados, el 2 de abril quedará seguramente en la Historia como una exasperada expresión de impotencia ante una realidad que en 189 años no se consiguió cambiar, un intento agónico de hacer valer un derecho de la peor manera posible: con sacrificio irremediable de vidas heroicas, cuando no había chance alguna de imponerse.

      Si no se cambia, seguiremos con la política exterior tradicional, la misma de los Kirchner: eternos campeones morales, nosotros nos quedamos con la razón y otros con las Islas, o las pasteras, y así siempre. No hay un plan maestro, tenemos políticas de gobierno, no de Estado.

      Porque algunos gobernantes aún no comprenden lo que cualquier piquetero sabe desde hace años: “Es la opinión pública, estúpido”. Eso que ha permitido a la sociedad, desgraciadamente no a la clase política, generar la conciencia de que necesitamos una política de Estado En poco tiempo histórico, los ingleses podrían replicar en la Antártida el despojo que nos hicieron en Malvinas. Y la absurda división entre los argentinos impide formar un frente común ante el peligro extranjero. Mientras tanto, el Observatorio Malvinas del Congreso navega en la intrascendencia previsible de todo tinglado que se monta para favorecer a políticas oficiales. La Cancillería argentina? Bien, gracias.

      Hace años, con el tan recordado Dante Caputo publicamos en Clarín que “con Gran Bretaña podríamos trabajar cooperativamente explotando conjunta o coordinadamente los recursos y -con la debida reserva de nuestros derechos- suspender todo enfrentamiento, con el acuerdo de que dentro de 15 o 20 años ambas partes evaluarán el comienzo de la discusión sobre la soberanía. No sería ilusorio: Londres, en 1976, y la mismísima Thatcher, en 1981, ofrecieron soberanía inmediata semejante a Hong Kong, y nosotros la descartamos.” Algo distinto hay que hacer. No para reemplazar a la política tradicional, sino para apuntalarla, fortalecerla, ayudarla a dar el salto cualitativo que la hiciera pasar del mero reclamo a la acción en el terreno. Si no trabajamos en esa dirección, seguiremos condenados a perpetuar la advertencia de Séneca: ningún viento es favorable para el que no sabe adónde va.

      Negarse al diálogo con la oposición adentro y con Londres afuera configura un costoso derivado más de la cultura de figuración o muerte: quedémonos con la razón aunque los ingleses se queden con las islas. En Malvinas, mejor vayamos por las piedras.

      Pero, para eso, deberemos encontrarnos gobernados por estadistas, no por CEOS, dinastías o militantes. En Malvinas, los ingleses son solo la mitad del problema: la otra mitad somos nosotros.

      La solución llegará recién cuando Argentina vuelva a ser un país con un PBI importante, aliada con potencias que se nos parezcan y, sobre todo, cuando el mundo verifique que somos un país civilizado, donde no nos odiamos unos a otros, ya sin la paranoia de amigo/enemigo y llevemos décadas en democracia republicana, con mucha más equidad social y una Justicia eficiente. Seremos afuera lo que seamos adentro.Pero no será hoy, y no será pronto.

      El reconocimiento de los derechos argentinos sobrevendrá cuando nuestro país ordene su vida interna, se reinserte con peso propio en el escenario regional y haga valer el prestigio que gane en consecuencia, aumentando el contacto directo de nuestra población con la de las islas, persona a persona.

      Porque la solución definitiva de esta disputa devendrá mucho más de la interacción entre nuestras sociedades, de la gente del común, que de guerras inganables o las astucias de diplomáticos y juristas.


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      Sobre la firma

      Andrés Cisneros
      Andrés Cisneros

      Anallista internacional. Ex vicecanciller.

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