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      Trazos de memoria ancestral sobre la roca

      • Un equipo de científicos argentinos y chilenos dató las pinturas rupestres de una cueva patagónica como las más antiguas de Sudamérica.
      • Recorridos de una disciplina que hace hablar al pasado a través de los mensajes cifrados que heredamos hace miles de años.

      Trazos de memoria ancestral sobre la rocaVista panoramica pinturas. Foto Gentileza Guadalupe Romero Villanueva.

      En 1981, Carlos Gradín y Juan Schobinger recordaban que, desde las exploraciones de Alexander von Humboldt en el siglo XVIII, se hizo evidente que en el continente americano, las manifestaciones de arte abundaban en las montañas y en las zonas provistas de afloramientos rocosos. Sus autores, desconocidos.

      Pero arte tampoco tenía nombre porque la prehistoria, como disciplina, aún no existía ni se sabía que, a fines del siglo XIX, el descubrimiento fortuito de las cuevas de Altamira en España desencadenaría un nuevo campo de estudio: el de las pinturas y los grabados en las cuevas procedentes de un tiempo inmemorial. Arte rupestre, arte parietal serían las categorías elegidas para designar a esos conjuntos de animales, signos, manos y personas que seguían habitando en las cavernas abandonadas hace miles de años.

      Registro arte en la cueva. Foto Gentileza Guadalupe Romero Villanueva.Registro arte en la cueva. Foto Gentileza Guadalupe Romero Villanueva.

      En Patagonia, la historia de las investigaciones se iniciaba con los estudios de Francisco Pascasio Moreno en el lago Argentino, seguidos por los de Ramón Lista y Eduardo Ladislao Holmberg, uno en el valle del río Gallegos, el otro en la sierra de Curá-Malal, en el sur de la actual provincia de Buenos Aires.

      Más tarde, ya en el siglo XX, el entomólogo Carlos Bruch publicó las noticias de los hallazgos de grabados y pinturas en Neuquén y Río Negro continuadas mucho después por Francisco de Aparicio en la zona sur del río Deseado, provincia de Santa Cruz.

      En la década de 1930, este investigador publicó las referencias del hallazgo de negativos de manos (aplicación de pintura alrededor del contorno de la mano apoyada sobre la superficie) del Cañadón de las Cuevas en la estancia Los Toldos, los grabados de Piedra Museo, en la estancia San Miguel (en nuestros días trabajada por Laura Miotti y su equipo del Museo de La Plata) y la estancia Aguada del Cuero, con pinturas geométricas.

      Manos en la pared

      Para la famosa Cueva de las Manos en el área del río Pinturas habría que esperar al inicio de la siguiente década, cuando en 1941 un sacerdote dió a conocer la primera documentación fotográfica a todo color. Allí, Osvaldo Menghin, en la década de 1950, llevaría su oficio de prehistoriador del Viejo Mundo realizando excavaciones y tratando de vincular las pinturas de las paredes con los restos encontrados en las capas del suelo para establecer una secuencia de estilos válida en la región.

      Las manos, según su visión –hoy dejada de lado–, eran las más antiguas, seguidas por las escenas de caza, danza, las siluetas de guanaco y la utilización de la técnica del grabado, las grecas y las pinturas abstractas, geométricas.

      Los hallazgos y los motivos se multiplicaron en todo el territorio y en 1966, se realizaba en Mar del Plata el Primer Simposio de Arte Rupestre Americano, dirigido por Juan Schobinger. Desde entonces, estos investigadores –junto a Carlos Aschero, Augusto Cardich y Jorge Fernández– abogaron para que el estudio del arte rupestre se ligara al análisis de los sitios y del utillaje prehistórico: la arqueología quedaba mocha si, al excavar en una cueva, en un paredón, no se miraba, no se entendía que esa gente que cazaba, pescaba y se moría también dibujaba, pintaba y grababa.

      A inicios de la década de 1970, Gradín, Ana Aguerre y Aschero intensificaron las investigaciones de carácter regional en las cuencas de los ríos Chubut y Deseado, convencidos de la validez de este criterio. Eligieron sitios con manifestaciones rupestres, donde fuera posible realizar excavaciones para determinar secuencias estratigráficas fechadas por medio del carbono 14, con el objetivo de hallar restos culturales en capa con asociaciones indiscutibles para unir las paredes con el piso, una tarea bastante difícil.

      Trabajaron en el Alero de las Manos Pintadas (Chubut) y en la Cueva de las Manos del río Pinturas (Santa Cruz), hallando bloques con negativos cuyo derrumbe pudo ser fechado, permitiendo datar las manifestaciones parietales.

      Consideraban que, al sur del río Deseado, en el norte de la provincia de Santa Cruz, existían dos áreas arqueológicas de gran interés para el conocimiento de la prehistoria de la Patagonia centro-meridional: una era la estancia Los Toldos, donde habían trabajado Aparicio, Cardich, Menghin y, más tarde, Estela Mansur y Laura Miotti.

      En la cueva 3, de 20 metros de frente y otros tantos de profundidad, abundaban las manos en negativo que, de modo abigarrado, en rojo claro y rojo oscuro, amarillo, blanco y negro, cubren las paredes. Cardich, en la cueva 2, contó más de doscientas, muchas ejecutadas aprovechando el contraste que da la coloración de la roca o la base aplicada antes de apoyar la mano que, por cierto, casi siempre era la izquierda.

      Aparecen, además, negativos de pies y de patas de guanacos, algunas manos en positivo, tridígitos (o huellas de ñandú) y motivos geométricos, como círculos, puntos agrupados o en hileras en rojo y negro. En otro sitio del área, Rafael Paunero, en fecha más cercana, estudió las escenas de caza del cerro Tres Tetas adjudicadas a cazadores de fines del Pleistoceno hace unos 11.500 años.

      Muestreo de motivos. Foto Gentileza Guadalupe Romero Villanueva.Muestreo de motivos. Foto Gentileza Guadalupe Romero Villanueva.

      Más y más sitios

      La segunda de las áreas arqueológicas correspondía a la cuenca del río Pinturas, afluente de la margen sur del Deseado que nace en la meseta del lago Buenos Aires. Allí se han localizado decenas de sitios entre los que sobresale la Cueva de las Manos, situada en un profundo cañadón, el Alero Charcamata y la Cueva Grande o de Altamirano, arroyos tributarios del Pinturas, en una zona relevada por primera vez por Alberto Rex González en 1949.

      Como todo artefacto humano, el arte de los cazadores-recolectores se trata de una manifestación simbólica elaborada para intercambiar información –que probablemente nunca podamos decodificar por completo–. La Cueva de las Manos, por ejemplo, contiene escenas de caza, o al menos así se las interpreta, viéndose en ellas varias personas persiguiendo tropillas de guanacos que saltan, corren, huyen.

      Estas escenas aparecen en los paredones externos de la cueva o en la visera de los paredones, en lugares luminosos y despejados. Las manos estampadas que las acompañan son más de ochocientos, haciendo de este sitio el lugar con mayor cantidad de dedos de todo el mundo.

      La Cueva de las Manos en 1999 fue declarada patrimonio cultural de la humanidad gracias a una iniciativa del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericanos.

      Ejemplo del arte rupestre de Huenul. Foto Gentileza Guadalupe Romero Villanueva.Ejemplo del arte rupestre de Huenul. Foto Gentileza Guadalupe Romero Villanueva.

      Hoy los arqueólogos reconocen que, para estudiarlos, la cueva o el paraje debe entenderse en relación con su ubicación en un territorio usado, vivido, experimentado y articulado por las actividades de quienes por allí vivieron, cazaron o pasaron. Por otro lado, las técnicas y los métodos de análisis han cobrado protagonismo, sin olvidarse de las materias primas, los pigmentos, las mezclas, los artefactos y los procedimientos empleados para aplicar las pinturas y ejecutar los motivos.

      Eso implica pensar en los lugares de obtención de esos materiales y en las cadenas de aprovisionamiento, pero también en las de comunicación, en la composición, los elementos representados. La cuestión se complica cuando se llega a la pregunta acerca de los significados, los cuales, como decía Boas, no son inherentes a los objetos y llegan a nosotros devorados por el tiempo y en forma de piedra. O en este caso, de peine.


      Sobre la firma

      Irina Podgorny

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