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      Eduardo Sacheri y los '70: “Hay modos de abrazar los sueños que son dolorosos”

      Acaba de publicar "Nosotros dos en la tormenta", novela que cuenta la historia de un guerrillero del ERP y otro de Montoneros.

      Eduardo Sacheri y los '70: "Hay modos de abrazar los sueños que son dolorosos"Eduardo Sacheri tiene nueva novela: "Nosotros dos en la tormeta". Foto: Ariel Grinberg.

      Todo empezó cuando Eduardo Sacheri, de 7 años, vio llorar a Superman. Era 1974. Los Sacheri vivían en Castelar. Sonó el teléfono, el padre atendió y enseguida se quebró. La razón era la muerte de alguien muy cercano en un hecho violento vinculado con las guerrillas de la época, episodio del que Sacheri, dice ahora a Viva, tajante, no va a contar nada más.

      “Fue la primera vez que vi llorar a mi papá. Se murió cuatro años después, en 1978. En mi memoria de nene quedó como un eterno Superman. Y es muy fuerte ver llorar a Superman”, agrega. Este fue uno de los disparadores de Nosotros dos en la tormenta (Alfaguara), su nueva novela.

      Sacheri comenzó escribiendo míticos relatos de fútbol que Alejandro Apo leía por radio: fue el punto de partida de una carrera literaria muy exitosa que pronto se expandió al cine. El momento inolvidable es el Oscar a Mejor Película Extranjera que Juan José Campanella ganó en 2009 con El secreto de sus ojos, adaptación de la novela La pregunta de sus ojos, de Sacheri, quien se hizo cargo de la escritura del guión.

      Pero en este puente del libro a la pantalla hay que mencionar también a Papeles en el viento, novela de la que nació el filme homónimo dirigido por Juan Taratuto, y a La noche de la usina, brutal metáfora de la crisis de 2001, que primero obtuvo el prestigioso Premio Alfaguara 2016, y que luego fue rodada por Sebastián Borensztein con el título La odisea de los giles.

      Sacheri publicó el año pasado Los días de la revolución (una historia de la Argentina cuando no era Argentina, 1806-1820), su primer trabajo de no ficción. Ocurre que Sacheri, además de novelista y guionista, es licenciado en Historia y profesor de esa materia en escuelas secundarias del Oeste del Gran Buenos Aires, donde aún vive.

      Nosotros dos en la tormenta se presenta como el relato de dos jóvenes, amigos de toda la vida, devenidos guerrilleros, uno del ERP y otro de Montoneros, en 1975. Pero “los dos” a los que alude el título podrían ser también Alejandro, el militante del ERP, y su papá, que quiere respetar a su hijo y, al mismo tiempo, evitar que lo maten por seguir un sueño revolucionario.

      Eduardo Sacheri sigue siendo profesor de Historia en escuelas del Gran Buenos Aires. Foto: Ariel Grinberg.Eduardo Sacheri sigue siendo profesor de Historia en escuelas del Gran Buenos Aires. Foto: Ariel Grinberg.

      Yo creo que cuando los caminos de las personas toman senderos muy extremos, generamos mucho dolor.

      Eduardo Sacheri

      El gran silencio

      -Eduardo, ¿por qué un libro sobre la guerrilla hoy?

      -A mí me interesa anclar las historias en un lugar, que es mi geografía, el oeste del Gran Buenos Aires, y un tiempo, que tiene que ver con mi vida y con la nuestra como sociedad. Además, suelo buscar momentos no frecuentemente visitados. Los años del último gobierno de Perón e Isabel o los del gobierno de Alfonsín son épocas recontra fecundas en temas y conflictos. Te digo esto y pienso: Argentina,1985, mirá qué flor de excepción. El secreto de sus ojos, a su manera, también estaba en este umbral previo a la dictadura de 1976.

      -El libro tiene una forma de abordaje de época bien tuya: los lazos afectivos, el barrio, lo cotidiano, y eso tampoco está tan explorado.

      -Mi modo de entrar a las historias es por lo pequeño. Te hablaba de El secreto de sus ojos y los protagonistas son dos empleados de un juzgado: no son Isabel Perón ni López Rega. Si bien mis personajes son inventados, al ser pequeñitos, permiten jugar mejor con el contexto. Encarar las historias así da una flexibilidad que se pierde si hay personajes o historias conocidas.

      -¿Creés que faltaba decir algo sobre aquella “generación diezmada”?

      -A mí, ese período me suena más a un gran silencio. Me parece que es una época incómoda para el debate. Y no está bueno que la incomodidad nos impida dialogar. Entiendo las razones por las que, de acuerdo a dónde te sitúes, a quiénes reivindiques, a quiénes consideres rivales, vos tomes posición. Ahora, que eso nos impida conversar... Recuerdo, y perdón por volver sobre El secreto de sus ojos, que me encontré con más de uno que me decía: “¡Pero qué necesidad de ubicar la historia antes del golpe del 76!” Necesidad, esa palabra. “Lo ubicabas después y todos tranquilos.” ¿Por qué no? Nos merecemos poder hablar de todo.

      Portada de "Nosotros dos en la tormenta", de Eduardo Sacheri.Portada de "Nosotros dos en la tormenta", de Eduardo Sacheri.

      -Por eso tantos puntos de vista en la novela.

      -Es que para mí lo importante es no ponerle un corset al lector, tipo “mirá, leé desde acá”.

      -Siempre decís que tu idea, incluso como docente, es ayudar a desarmar los embrollos para que cada uno vuelva a armarlos solo en su cabeza.

      -Claro, con autonomía. Porque lo que está bueno es convocarnos a todos los tiempos y a todos los espacios con respeto. En el fondo, me pasa cuando doy clases: busco aportar la mayor información posible con la mayor flexibilidad posible, para que sean estímulos. Porque si me ofendés, te dejo de escuchar, y si te ofendo, me dejás de escuchar. Creo que ésta es una necesidad que tenemos como sociedad y que no manejamos bien.

      -Se clausuran diálogos.

      -La ofensa clausura. Y la sinceridad absoluta, también, porque puede ofender. Yo no creo que la sinceridad sea decir todo sino poder hablar de todo, que no es lo mismo, salvo en casos de muchísimo entendimiento mutuo.

      -En la introducción a la novela, contás que estuviste años investigando para ella.

      -La idea del libro tiene unos cinco años. Leí muchos laburos académicos. Por suerte, en las universidades se trabajó un montón esta etapa. Me parecía importante no hablar de gusto. Una cosa es la memoria y otra la historia. Si bien esto es ficción, me importa. Es otra forma del respeto. Hablo, por ejemplo, de cómo era una unidad básica de combate de Montoneros. Y yo no sabía del tema. Investigué. Lo mismo con los testimonios de víctimas, de familiares, que voy a mantener en el anonimato, otra vez, por respeto.

      -¿Qué descubriste vos, escritor e historiador, en este proceso?

      -Sobre todo... (hace un silencio)... la tragedia... Quiero pensar bien qué digo por lo que venimos hablando. Yo creo que cuando los caminos de las personas toman senderos muy extremos, generamos mucho dolor. Y cuando pasa el tiempo, lo que queda es el sedimento de aquel dolor. Y acá sí estoy dándote mi opinión, que es mi opinión general sobre la vida. Vayamos despacito y por las piedras porque, si no, a alguien vamos a lastimar. Pero seguramente si estos chicos -los guerrilleros- me escucharan, me dirían que soy un tibio. Y sí: soy un tibio.

      -Es otra época y, además, de la historia se supone que se aprende.

      -Sí, y quizá soy un tibio porque tengo 55 años y me da la sensación de que detrás de algunos grandes sueños, los que sean, causas de entonces, causas actuales, hay modos de abrazarlas que resultan dolorosos. Si me tengo que quedar con un corolario de la investigación, sería: “Ojo con cómo abrazamos nuestros sueños”. Hablo de lo político, la religión, el género, lo que corcho se nos ocurra.

      -Hoy también vivimos militancias, no armadas, pero sí violentas. Por ejemplo, la “cultura de la cancelación”.

      -Es que si te descuidás, pasa eso. El ser humano es un bicho hegemónico en lo que sea. La tentación de imponernos es fuerte. La historia humana se trata de eso. Creo que una de las poquitas cosas buenas del siglo XX y del XXI es que, por lo menos, nos interrogamos al respecto. Me gusta esa duda moral, que tengamos el alerta prendido en el bocho: cuidado con generar nuevas obturaciones. Para mí, lo mejor de prestarles atención a todos los pasados es que nos permiten entender que esto es momentáneo.

      -¿Cómo nos cambia eso?

      -El hoy es efímero y si no lo tenemos en cuenta nos vamos a mandar muchas más macanas. Cuando sacralizamos determinada conquista, slogan, principio, corremos el riesgo de borrar lo que nos trajo hasta acá y de ponernos una venda hacia el futuro.

      -Tropezar con la misma piedra.

      -O con otras. Porque no es que porque mejoremos algunas situaciones, el futuro carecerá de piedras. Somos y seremos bichos imperfectos. Entonces, no hay una edad de oro ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro. Uno de los problemas más serios aparece cuando nos convencemos de que hay una edad de oro e intentamos forzar la realidad con miras a eso.

      -Hablás de las utopías.

      -Prefiero moverme en un mundo de posibles, donde nos vamos poniendo de acuerdo. Y cada vez que nos ponemos de acuerdo, perdemos algo y además aparecen otros desacuerdos. Suponer que la manera de ponernos de acuerdo es convencer al otro de todo, no funciona. Es someterlo.

      Eduardo Sacheri investigó durante cinco años para su nueva novela. Foto: Ariel Grinberg.Eduardo Sacheri investigó durante cinco años para su nueva novela. Foto: Ariel Grinberg.

      El ser humano es un bicho hegemónico en lo que sea. La tentación de imponernos es fuerte. La historia humana se trata de eso.

      Eduardo Sacheri

      Por qué 1975

      -¿Cuánto hay de autobiográfico en el libro?

      -Lo más autobiográfico es la paternidad.

      -El padre de Alejandro se pregunta: “¿Tengo derecho a desear el fracaso de tu sueño?”, Es eso o la muerte de su hijo. Cada página que le dedicás es de una tristeza absoluta.

      -Para mí es un personaje importante para drenar mis propios asuntos. Como mis hijos tienen veinte y pico, para mí también hoy, en otro contexto, se trata de retroceder, respetar, dudar sobre qué decir y qué callar, tener miedo desde la pasividad de la periferia, que no es lo mismo que tener miedo cuando los hijos tienen dos años.

      -¿Quiénes son los dos en la tormenta? Los amigos, Alejandro y su papá, vos y el tuyo.

      -Me gusta plantear ese equívoco, que te pares donde quieras. Probablemente, alguien de 15 años que lea la novela planteará otro abordaje.

      Eduardo Sacheri dice que sus influencias van desde Soriano a Borges. Foto: Ariel Grinberg.Eduardo Sacheri dice que sus influencias van desde Soriano a Borges. Foto: Ariel Grinberg.

      -Hay dos temas en el libro que atraviesan tu obra: el lado enceguecedor del apasionamiento y el juego como una forma de aprender a vivir.

      -Es parte de mi manera de ver el mundo. Pero los personajes de este libro no pueden jugar, viven su realidad como un ejercicio racionalísimo.

      -Sí, salvo el Cabezón, que duda: “¿Y si no ganamos? ¿Por qué secuestrar a este y no a otro”.

      -Es el único que se atreve a preguntarse cosas y la pasa como el demonio. Pero, al mismo tiempo, no saca los pies del plato.

      Cebarme en sus errores de interpretación me pareció una manera impiadosa de aproximarme. Me interesaron sus miradas.

      Eduardo Sacheri

      -El padre de Alejandro se pregunta si habrá un tiempo en el que podrá ver con su hijo en qué terminó todo...

      -Elegí 1975 porque es el momento en el que los grupos armados sienten que están a un paso de ganar, independientemente de las miradas de afuera, de qué tanto los acompañaba la sociedad, de qué posibilidades tenían de derrotar al Estado. Están convencidos, lo leés en los documentos. Es una Argentina tan turbulenta que quizás de ahí sacan la idea de que están a dos metros del Palacio de Invierno, y que si pudieron los bolcheviques en 1917 por qué no ellos.

      -¿Por eso agrupaste los capítulos del libro en estaciones del año: otoño, invierno...?

      -Sí, de hecho, el título de mi borrador era 1975. Esa percepción de inminencia me atrajo. Fue el año en que tuvieron más cuadros militares, en el que más acciones armadas hicieron.

      -No hay militares en la novela, salvo una víctima del ERP.

      -Es que estos pibes estaban en otra, no en el golpe de Estado en ciernes y el después. Y no quise caricaturizar a nadie. Cebarme en sus errores de interpretación me pareció una manera impiadosa de aproximarme. Me interesaron sus miradas.

      -Sí marcás contradicciones tremendas. Claudia, por ejemplo, siente culpa por su “deseo burgués” de tener un título universitario, pero no por matar.

      -Es que uno de los grandes misterios de la cabeza humana es que todos pensamos el mundo desde un lugar que nos parece el natural, y normal, y correcto, y coherente...

      -¿Por qué no hablan madres en el libro? ¿Fue adrede?

      -Puse protagonistas varones porque pensé que una mujer y un hombre hubieran dado lugar a otras indagaciones, si había algo entre ellos, etcétera... Y te repito: estos pibes estaban en otra. Los romances aparecen, pero fuera de foco. Y yo soy padre, no madre. ¡Que mi mujer escriba su libro! (risas). La cosa es: Sacheri no quiere discrepar con nadie ni bajar línea... que cada uno discuta, en todo caso, consigo mismo.

      -Si hay algo en lo que podemos ponernos de acuerdo es en el dolor que provoca esa etapa.

      -Tiendo a pensar eso. Pero escribí varios libros y siempre aparecieron identificaciones y lecturas inesperadas. Y está bien, en el sentido de que el libro es de cada lector.

      Las influencias literarias de Sacheri son igual de amplias que las ideas de las que habla. “Tengo algunos autores tan incorporados que, por suerte, no los distingo. Si no, debería cerrar la computadora y no escribir más. Me influyen la oralidad y los diálogos de Osvaldo Soriano, lo cotidiano de Cortázar, la indagación existencial de Borges... Si alguno de los tres se levanta de la tumba y me faja, tiene razón”, dice. “¿Y sabés qué? Lo que tiene de maravilloso ser lector es que cuando los leíste ya son tuyos.”

      -En la novela citás a Cortázar y El desierto de los tártaros (de Dino Buzzati, y la batalla que nunca ocurre). Pero el relato central es el del naufragio que el papá le cuenta a Alejandro de chiquito.

      -Lo escribí tras decidir ponerle este título equívoco del que hablamos. Pero pensá que a mis hijos les leí mucho. Los escritores somos una pequeña tribu en el mundo de lectores que dice: “Che, desarmemos el juguete”. Pero la experiencia estética definitiva es la lectura.

      -¿Imaginaste a un lector joven para este libro? ¿Tus hijos o tus alumnos?

      -La verdad: no puedo pensar más que en mí como lector. Temo que suene ampuloso, pero... Mirá, para venir, dejé el auto en Liniers y me tomé el 34. Es más rápido. Y el chofer me dice: “Pasá, Sacheri, qué te voy a cobrar”. En principio, ese chofer no sería un lector. Capaz le gustaron mis cuentos de fútbol o alguna película. Tampoco lo sería una señora de 80 años. Mis lectores son tan diversos que, si no tratara de considerarlos a todos, no podría escribir.

      -¿Será película este libro?

      -No sé, ¿vos decís? Escribo siempre capítulos cortos, soy muy visual, pongo diálogos... el tiempo dirá. 


      Sobre la firma

      Judith Savloff
      Judith Savloff

      Periodista. Es editora de Clarín. Estudió periodismo e historia. Fue docente en la UBA y otras universidades. jsavloff@clarin.com

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